Caes en mi boca y a través de mi garganta,
tobogán silente de mi gusto y tu desvarío,
y te bebo, sí, blanco y puro como eres,
sin queja, profundo y duro, sin un desvío.
Y me queda entonces el regusto de tu cuerpo,
sabor amargo de tu sábila y semilla,
memoria de la rama al viento que invadía,
hasta hace un instante, el fértil suelo de mi vida.
Dulcemente entonces mi lengua envuelve
en la calidez del recorrido un viejo tronco,
serpiente que trepa lentamente tu simiente…
pa’ que vuelvas a la vida, te lo pido, te lo imploro.
Y vos, que me miras mirarte desde arriba
como el sol que se admira ante el desierto,
me dices que volverás pronto, algún día…
a regarme toda, en otra blanca lluvia de caricias.