Los días tienen alma
transparente o brumosa,
con uniforme gris o verde oliva;
depende.
Pero hoy no.
Hoy está el día muerto desde el inicio.
Más aún, desde la víspera.
Han muerto los teléfonos,
los lugares de aparcamiento
y el azul de los autobuses.
Hoy, martes, podría ser otro día cualquiera
o no ser ninguno.
Y todo seguiría igual dentro de este no-ser.
El otoño florece hacia adentro,
como los callos de los pies,
como la baba del silencio.
Como la verdad de las palabras falsas
que abre túneles en las entrañas de los pueblos enmudecidos.
Y abren lirios de visperas parecidos a arcilla pasada.
No, definitivamente, hoy no.
Hoy es, en todo caso,
todos los días muertos desde la víspera.
De dónde nacen las noche frías
descienden naves como cerdos ahogados.
Rellenan sus estancias húmedas
-madera llena de carcoma-
que navegan la sangre con un objetivo esquivo:
disfrutar de una rabia sorda por no ser gavilanes.
Puerto de corsarios como cementerio destartalado.
Pero llegas tú
Y se calma el día.
Mañana llegará el deseo
—pendulando sobre el cierzo—
que volverá a soplar
como un cabrón.
Pero eso… Será mañana.