que nunca dicen nada,
y siguen hablando,
envejeciendo los oídos
y aburriendo al aire.
Estoy cansada, urbe,
de andar por tus calles de gris metálico,
insípido asfalto.
Estoy cansada de cruzar miradas sin mensaje,
ojos de cristal inmóvil,
lentillas de sabor polar,
como dictan los autómatas de la buena moda.
Estoy cansada de inventarte para poder seguir viviendo
en esta caja de acero.
Tengo claustrofobia de la vida,
de los teclados,
de los ascensos
y se me hiela la boca.
Estoy cansada de hablar
porque se me derrumban los vínculos que extiendo
con palabras de sol.
Prefiero escuchar el ruido ronco de las voces
que nunca dicen nada.
¡Que sigan hablando!