...
Venías no sé de dónde,
alta de tacón, espiga de amanecer.
Un mes y otro yo por ahí,
y tú mirabas desde lejos sin mirar
las palabras de los tercos sordos.
Escuchabas de cerca las miradas,
decías que la luna te deslumbraba,
que las calles eran hilos de piedra,
y las mañanas noches perezosas.
Nos pusimos a contar mentiras
de salón, las que se dicen sonriendo
para derrotar las verdades de plomo,
diluidas en el humo y el alcohol
con aroma de polen y papel de arroz.
Decías que aprendiste de los poetas
desnudos recitar por los bares
en las madrugadas desiertas de abril.
Las horas se iban,
neblina indolente, baile de anémonas.
Cara triste,
virgen de amaneceres,
cuéntame los dolores
de tu felicidad oscura.
Y tú callabas o mentías, azarosa solitaria
por la espuma de estos mares de Madrid.
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