
donde el último río
no se desborda,
ni sangra la distancia en mis manos de orilla,
hay un grano de arena para cada labriego,
y por cada desierto un cielo limpio,
apaisado, patriota sin fronteras,
un cielo que termina con sus ojos de cielo
el hombre,
el hombre con su sed de azul,
cuando la sed es lluvia que se aclara,
que aclara los hallazgos de la carne,
la carne que no duerme y está siempre encendida.
Tengo algunos recuerdos, pero son solo míos,
mis juguetes, juguetes son mucho menos míos.
Recuerdas cuando... ¿Cuándo?
No hablo del pasado, lo perdí hace ya una eternidad,
tal vez en otra vida, o así me lo parece.
A mí dame la imagen congelada del tiempo.
Ilusión, de lo cierto que existe,
eres lo más trabado,
ahora necesito cerrar fuerte los párpados y pensar,
concentrarme,
para tenerte
-Pensar, ¡ah, mi Señor, tamaña frustración!-
en mis sueños.
Mis palabras se afilan,
se difumina el texto perenne de los libros,
necesito una infancia que me inspire.
La mía, no la olvido, pero a veces quisiera
ser otro,
para después recuperarme, y sentir ese yo,
ese yo mío, el hijo pródigo
del ser,
que se llena con un soplo de aire.