
de cabeza a tobillos,
para besar sus pies.
He alzado las campanas.
Quería detener mi vuelo poético,
pero fue demasiado tarde,
él me había marcado de por vida.
Ah, bienaventurada tierra.
A veces sintetizo,
otras me abro,
las que menos cavilo hasta llegar al fondo del asunto.
Pero, maldita sea, él me pone en mi sitio,
desde que lo conozco no me ha sacado nunca de mis casillas.
Mis pautas, mis cuadrículas,
en serio que podría trazar en este folio
una línea recta, y seguir manteniendo lo que siento,
incluso convertirla en mi mejor poema.
La mano que por ti pongo en el fuego
es la que me ha sacado las castañas.
Y en el fuego han ardido innumerables cosas,
brindemos por los malos farios
en los que nunca hemos confiado.
Libre al fin, clama al cielo,
serás la única voz que ascienda al paraíso
mientras sueño.
Seguiré imaginando que me arden los puños,
y las letras.
No sentiré tu ausencia, te dejaré volar,
nos veremos en un silencio
desgarrador,
en un silencio solo.