
frotando sus ligeros e invertebrados cuerpos
con vistas a la luz desprendida del yambo,
en cuya inflorescencia incidían los frutos,
pomarrosas que anidan en el sueño.
Duermevela…
Con recelo se aferran los cárdenos espejos
al contorno estelar de la castálida.
Un diluvio de luengos cerrazones
dilata los serosos esqueletos
de la lluvia,
y despuebla los álamos de sol.
Un cruce de estaciones es la herencia del sino.
Ornamentos, tan solo alegorías.
Sencillo o complicado,
con amar el recuerdo me doy por satisfecho,
porque gracias a él puedo volver a ti siempre que quiera.
Se camuflan e imitan las recatadas y sibilinas sílfides.
La decaída, insomne y escuálida aspereza
truena en los alerones del olvido.
Esta fe en sofocar nunca termina,
este fuego interior nos contempla y aleja,
cada vez que el silencio
recorre la distancia.
Pero hay una voz recíproca, un emblema,
que ondea sin matices,
rumor de nada que lo dice todo.
Alma y labios, a cada cual más…
Tú…
Nacida para ciegos.
Cae la madrugada, se derraman las lágrimas,
porque ya estoy soñando…
Encorsetar los párpados es abrir pesadillas.
Despierto de la piel que te ha tocado, me deshago en arena.
Recorro mi paisaje y te extermina,
hurgo,
escarbo,
se erosionan mis ojos.
Con las uñas alcanzo tu visión,
esta ausencia de tiempo inmemorial,
clama a la tierra.
Escucho tu latido
más que mi estampida,
como si la fugaz intermitencia del relámpago
fuera eterna en tu carne.
Labios…
De fuente.
Alma…
De todos.