Estuvimos allí, frente al maestro. Antonio es reposo de la mente, balcón de los ferrocarriles de mayo, inconsciencia magistral de la historia del verso.
Fue una tarde inolvidable hablando con Antonio Gamoneda. El poeta, cuya obra ha permanecido aislada de cualquier tendencia poética, contestó pacientemente a las preguntas que le hicimos y lo hizo con una exquisita condescendencia. Deberemos agradecer al autor de “Descripción de la mentira” y "Libro del frío" tan gratificante y aleccionadora conversación de la cual, estoy seguro, todos los presentes aprendimos muchísimas cosas, no en vano se trata de un poeta de los grandes.
Llegamos a las seis de la tarde; su casa, en el centro de León, huele a literatura descarnada, al presidio de la sabiduría ecléctica, a solidez de voz gravosa, como grava la hermosura ética el paso de los trenes en la condición genial. ¡Ay de nosotros! preguntando al maestro de los temas que habitan en la zona que menos le gusta transitar: la consciencia del creador.
En un momento dado, después de haberle interpelado sobre asuntos que giran alrededor del poema, dejó muy clara su postura al respecto. Primero tentando el respaldo de su sillón, luego organizando cuanto pudo su castigada anatomía y, una vez compuesto, arqueadas las cejas de unos ojos cerrados, tal vez buscando la imparcialidad del verbo, producto de una mente que obliga a reflexionar, como si quisiera transmitir la esencia de su pensamiento, nos dijo:
“Todo lo que ustedes me están preguntando está genialmente resuelto en tres, cuatro palabras, que no son mías, esas palabras les contestan a todo, me da igual que sea el pensamiento o la forma: “un no saber sabiendo, un entender no entendible, un no sé qué que queda balbuciendo”, palabras todas ellas de san Juan de la Cruz. Él lo dice de una manera que yo pienso que es irrefutable, es decir, tenemos conocimiento, pero a la hora de crear olvidamos. Las palabras no vienen a causa de un proyecto, pero tampoco vienen por casualidad. El fondo y la forma son la misma cosa; la forma va proporcionando el sentido general”.
Después, Gamoneda recitó el poema que nos dedica en el histórico "Poemario Neosimbolista"; a continuación, Ferreiro y un servidor le recitamos unos poemas de dicho libro; Raúl Muñoz recitó un poema de "Ácidos nucleicos", su última publicación; Julio González recitó Cecilia, un poema que Gamoneda dedicó a su nieta, y Concha Vidorreta le dedicó unas entrañables palabras poco antes de entregarle una placa conmemorativa del acto.
En fin, del 1 de junio del 2024, a quienes acudimos a León nos quedará algo histórico que contar. Pasamos una tarde con Antonio Gamoneda y sí que se esforzó por atendernos de la mejor manera posible, si bien, el paso del tiempo (recién cumplidos noventa y tres años) no tiene piedad ni siquiera con los genios.

Antonio Gamoneda, presidente emérito de la Academia Alaire.

Antonio, en uno de los pocos momentos en que se incorporó de su sillón.

Antonio y Concha Vidorreta, secretaria de la Academia Alaire, cuando le entrega la placa conmemorativa.

Antonio y Rafel Calle, presidente de la Academia Alaire.

Antonio flanqueado por J. J. Martínez Ferreiro, vicepresidente de la Academia, y su hijo Eugenio Martínez.

El maestro y Víctor F. Mallada, tesorero de la Academia.

Gamoneda con Julio González Alonso, vocal de la Academia.

Rafel le entregó a Gamoneda un volumen firmado de Poemario Neosimbolista.

Foto de familia de los asistentes a la histórica reunión

En el patio de la casa con Gamoneda al fondo.

Raúl Muñoz, vocal de la Academia, recitando un poema de su libro Ácidos nucleicos.

En la hora de la despedida.

La comitiva que acudió a León al completo.