aunque, quizás, el amor lleve un cadáver al pie de cada página.
Ramón Castro Méndez (estrategia de la araña)
“Y un día
—abría diminutos los ojos azules—
lo veréis,
los campesinos dejarán de cultivar los campos,
de regar la huerta,
de manejar el azadón,
de vigilar la luna,
de echar simiente,
de podar los árboles”.
“Habrán almacenado para sus familias.
Guardaran para sí sus animales de crianza.
Y entonces
—sonreía su boca desdentada—
sabréis los ciudadanos,
lo que es pasar hambre y estar solos”.
“Los campesinos defenderán su pan
y sus tierras ya improductivas.
No se os permitirá cazar,
ni utilizar el agua de los ríos,
ni comprar
—comprar especialmente—
porque ya nada estará en venta.”
“Correréis por las calles
en busca de algo que llevar a la boca.
Iréis a los obreros
y no podréis comer sus fábricas,
ni los palacios de los reyes,
ni las leyes de los políticos, policías, funcionarios…”.
El viejo apocalíptico miraba ingenuamente
y una amplia sonrisa iluminaba su utopía.
Gustaba plantear
—radicalmente—
La Arcadia campesina,
administrar justicia,
hablar.
Y ya de noche,
junto al fuego,
recordaba el pasado,
las torturas,
los tiros,
los campos de concentración.
Hasta su muerte, bendecida y tranquila. Una tumba donde nacen flores amarillas y una paloma muerta, patas arriba, convertida en un lío de uñas, plumas y de sombra.
dejan que nuestros ojos
observen
las voces y pizarras del otro lado.