
Surgido de un confín inseminado
por la cresta del aire,
se abre hacia cuatro polos como el sol
traspasando las bases oceánicas
y el relieve del suelo,
bajo las subyugantes delicias de la flora
y el cuerpo distendido de la hierba,
respirando y sumiendo huellas de luz resecas
en jaulas y burbujas,
en el vertiginoso arte de lo continuo,
de las asimetrías y de la gravedad,
denostando el gerundio de la vida
que implosiona en la lava de sus órganos,
tupidos y enterrados por desiertos que cubren
esa nada que peina su estatura,
ese límite onírico donde las almas duermen
y la boca despierta
-Todo en él es aliento sin ida ni regreso-.