Piedra, arena, polvo destruido.
La gran historia de la humanidad,
los caminos a tantas partes y a ninguna,
las lenguas de acero entre las colinas.
Imborrables momentos rubricados en los años,
el deber de nacer, el sufrido eslogan de vivir,
la simple ingratitud de morir.
La impertinencia de dejarme respirar.
EL MAR (XI)
¿No tienes insomnio?
Hacia un lugar, hacia otro,
sin pedir explicaciones,
al son que le escuchas al viento,
a la inusitada fuerza de la naturaleza,
a la huella exigua de tu inmenso espumaje,
de día, tarde, noche.
Y yo, me ahogo en el mar de los sollozos.
LA IMAGEN (XII)
He dormido sobre un colchón calcinado
donde la piel ha sido incapaz de proteger mi imagen.
Una imagen sin decoro,
ataviada de miradas indoloras.
El dolor, queda reflejado en el espejo.
LA LUZ (I)
He mirado tantas veces atrás,
que mirar hacia delante me deslumbra.
LA MAÑANA (II)
Naces ¿Para qué?
Ese matiz de blanca imagen,
iluminando paisajes, personas, cielos descamados,
¿para qué?
¿De qué le vale una flor marchita a la abeja?
¿Un estanque arruinado al pez?
¿De qué le vale tu luz al ciego?
¿De qué me vale tu fulgor ante mi demencia?
LA TARDE (III)
Penumbra separada entre cortinas.
No hay adiós, ni bienvenida,
tan solo vigilia forzada del deshielo diario.
Ni llantos, ni alegrías,
corazonada ultrajada del silencio más oscuro.
Ni más hoy, ni más ayer, ni más mañana,
sotana oscura del crepúsculo sin dioses.
Y de nuevo, callado, cansado y herido.
LA NOCHE (IV)
La oscura realidad de mi existencia.
Negror sucio e impertinente.
El telón de otro día arruinado.
EL ROCÍO (V)
¿Por qué llora la noche?
¿Acaso es incapaz de alimentarse de estrellas?
Nunca he entendido su mensaje,
siempre he visto resbalar sus lágrimas
amarradas a los cristales de mi penal.
Mis ojos deciden acompañarlas.
EL CIELO (VI)
El algodón me incita a la belleza,
mientras un cielo en paz consigo mismo
dibuje un azul adornado de blanco puro.
Pero casi nunca es así.
Las terrazas se oscurecen,
más allá de la inmensidad de un azul irreal.
Mi cielo nunca supo vestirse de gala.
EL SOL (VII)
Dulce pájaro de voz radiante.
Origen de dioses en un olimpo imaginario.
Flor con pétalos de fuego,
que atormenta días de crepúsculos rutinarios.
¿En dónde te escondes cuando haces falta?
Aún me quema más tu inapetencia
que las señales de vida irreal.
Nunca pude disfrutar de tu belleza.
LA LLUVIA (VIII)
Ese canto inmenso que te une a la belleza.
La lluvia es la paz de un día fatigado y en guerra,
la imagen dormida de un cielo delicado.
Es un cántaro de agua que alimenta las flores,
la huerta, los campos y hace respirar al paisaje.
El barro es el suelo compañero,
un mar de tierra seca que recobra vida.
Ese pañuelo húmedo que nunca sanea.
LA NIEVE (IX)
Blanca e inmaculada.
Cae con la plenitud de un cielo nervioso,
dormida y helada pace entre silencios de mentira,
tapando heridas, sufrimientos,
la debilidad de quien nunca pudo disfrutar
de la blancura dulce de sus pétalos.
Y la sangre sigue congelándose, aunque se marche.
LA TIERRA (X)
Piedra, arena, polvo destruido.
La gran historia de la humanidad,
los caminos a tantas partes y a ninguna,
las lenguas de acero entre las colinas.
Imborrables momentos rubricados en los años,
el deber de nacer, el sufrido eslogan de vivir,
la simple ingratitud de morir.
La impertinencia de dejarme respirar.
EL MAR (XI)
¿No tienes insomnio?
Hacia un lugar, hacia otro,
sin pedir explicaciones,
al son que le escuchas al viento,
a la inusitada fuerza de la naturaleza,
a la huella exigua de tu inmenso espumaje,
de día, tarde, noche.
Y yo, me ahogo en el mar de los sollozos.
LA IMAGEN (XII)
He dormido sobre un colchón calcinado
donde la piel ha sido incapaz de proteger mi imagen.
Una imagen sin decoro,
ataviada de miradas indoloras.
El dolor, queda reflejado en el espejo.