
En el íntimo estuario de mi lecho
entre un enjambre de sueños poblados de centellas
me rocé con el hueco vacío de la ausencia.
Una cálida avalancha de rumores
coronada de blancos alquiceles,
sacudió armoniosamente la red de mis arterias
como una caracola de ecos agitados
rezumando sístoles de paz en los oídos.
Ante esta abierta ensoñación de hiedras y cristales,
entre curvas de árticas sirenas,
me ardieron las ansias de tenerte entre los brazos
más allá de la incólume imagen evadida del párpado caído.
Pero no estabas junto a mí,
no brillaba el vitral de tus nácares dormidos,
ni se escuchaba el pulso encendido de tu dicha.
Sólo desde el flanco rasante de las sombras,
en las márgenes más profundas de la frente,
se podían atisbar las lunas emergentes de tus ojos.
Así me vaga la sed de este espejismo,
como una vela que espera el fuego de la llama
para derretir el témpano de su etílica nostalgia
en un crisol precipitado de luces y palabras.
*Andros