
HOGUERAS
Arde la barca. Un día fue esperanza
de vida y herramienta, labor del mar
y sus fondos cultivados. También desgracia
o aventura en la incierta y áspera tarea
de las redes y los peces.
Pero el solsticio trae sus exigencias
y el tributo debido a los rigurosos dioses,
esa deuda arrastrada por la carne
como pecado original,
el miedo conjurado por el fuego
que las gentes aún visten con inocentes fiestas,
alegría de la noche que acoge todas las estrellas.
Las llamas nos arrojan su calor violento,
se alzan retorcidas a un cielo oscurecido
y la barca ya es sólo silueta iluminada,
esqueleto de fuego que crepita
y se hunde
en el fondo del mar de las cenizas.
No lo saben;
se sumergen en las aguas
de un mar en calma y lavan sus pecados
deseando ser mejores y más buenos;
sus cuerpos resplandecen al amparo de la luna
como el amor de dioses complacientes
y satisfechos. Todo
se ha cumplido una vez más. Mirad
sus sombras
limpias, como alegría de almas
venidas por vez primera
al mundo, por primera vez
nacidas inocentes y vestidas
por única vez
para la vida.
González Alonso