
Sobre el cerro de Lancia escarba la tierra
el viento helado del norte y tumba los abrojos. Qué desolada
extensión abatida por el tiempo sin medida en los relojes
de la vida. Una piedra labrada se desprende del barro
y ofrece a la vista sus ángulos antiguos; una única piedra,
sillar de muro que sostenía la casa,
aparece desnuda.
No son éstas las palabras de un hijo
ante la tumba abierta de los padres; es el huérfano
el que llora y maldice el filo de la espada
cuando el viento helado del norte quema la hierba del cerro
de Lancia y una única piedra
sostiene la ciudad arrasada; por ella se alzan las voces
que traían la muerte y escucho susurrar en las lenguas
de fuego de las lucernas al amor que era abrazo
desnudo y el hogar ardía en los fuegos de la risa, cuando
la simiente crecía entre los sueños las cosechas.
Qué lejos nos queda toda aquella fértil felicidad.
Una piedra sola. Lancia se envuelve en memoria
y en nostalgia
y el cielo se desploma
gris sobre sus ruinas.
González Alonso