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Antonio Justel escribió: ↑Mar, 08 Mar 2022 19:49
... gracias, Juan, por el valor que recibe en tus versos esa "rosa" tan preciosa y símbolo de todos los misterios y, sobre todo, acerca del amor; soneto grande este trabajo. a. justel/Orión
Gracias, Antonio, por tu paso y tan generosos comentarios.
Ya sabes que siempre es un honor tenerte por aquí.
Sólo la huella indígena suspendida en la llama
del sueño que sumerge a la luna en el río,
será el rastro que exalte la avidez de la flor,
Este soneto demuestra que en 2009 ya tenías una voz propia de largo recorrido. No conocía tu poesía clásica, pero me alegro mucho de conocerla. Lleva tu sello.
Un abrazo.
Gracias, amigo Enrique, por rescatar este viejo soneto. Celebro que lo hayas disfrutado.
J. J. Martínez Ferreiro escribió: ↑Jue, 22 Ene 2009 19:16El fuego del crepúsculo resplandece con ira
en los campos de trigo, y el ansia del viñedo
llena vientres amargos con el mosto del miedo.
Muerte más muerte avanza su evolución de espira.
Las altas horas son un espacio que gira
al corazón oscuro, útero del hayedo;
jungla que ofrenda el germen, el coraje de un credo
—amamanta los tigres en un cosmos que expira.
Sólo la huella indígena suspendida en la llama
del sueño que sumerge a la luna en el río,
será el rastro que exalte la avidez de la flor,
aquella que sucumbe delirando su fama.
Angustia de la rosa cuando el cauce sombrío
lleva infecto el aroma de aquel vivo candor.
Paso a felicitarte por el poema y el reconocimiento recibido. Abrazos.
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Porque después de todo he comprendido
por lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
Francisco Luis Bernárdez
enrique sanmol escribió: ↑Dom, 05 Feb 2023 12:35
Conocía sólo de oídas esta faceta tuya de sonetista, ahora leo éste y me sorprende cómo logras salir airoso de este corsé que para mí es esta forma clásica... Magnífico en fondo, que es lo que le da el marchamo de gran obra a este poema.
Un placer haber pasado por aquí y disfrutar de buena poesía. Fuerte abrazo compañero.
Gracias, Enrique, celebro que te haya gustado, viejo amigo.
Me alegra mucho, querido amigo, ver este gran poema arriba para que todos podamos disfrutarlo de nuevo. Unos alejandrinos llenos de fuerza ,con ese sonido tuyo inconfundible que te ata al terruño y a un mundo sensible extraordinario.
Fuerte abrazo y enhorabuena
J. J. Martínez Ferreiro nos ofrece en “La huella indígena” un soneto de una riqueza simbólica y formal notable, cuya estructura obedece a las exigencias del soneto clásico —dos cuartetos y dos tercetos—, pero cuya musicalidad se articula a través de un verso alejandrino con una particularísima acentuación, lo cual le otorga al poema una gran solemnidad y un ritmo casi litúrgico, inédito en este tipo de estrofa en la poesía castellana.
Cada uno de los catorce versos es un alejandrino, es decir, un verso de 14 sílabas métricas con pausa obligatoria en 7ª, lo cual divide el verso en dos isostiquios de siete sílabas. La cesura en cada verso (pausa en 7ª) está bien situada, con la ausencia del sirrema durante todo el recorrido estrófico, lo que denota un dominio técnico importante y, a la par, favorece una detencion natural que da respiro a las densas imágenes que propone el poema.
El esquema de rima es ABBA ABBA CDC DCD, canónico del soneto italiano, lo que refuerza el tono clásico de la composición. La rima consonante, por su parte, está cuidadosamente escogida para no forzar el léxico y permitir el fluir de un lenguaje que, aunque muy elevado, no llega a sonar impostado.
Este poema, junto a ”Los cuerpos vivos”, otro soneto alejandrino del mismo autor, representa una gran innovación en la combinación alejandrina, en general, y, en el soneto alejandrino, en particular: J. J. Martínez Ferreiro se hace con el tesoro rítmico-literario que significa hallar la ansiada redención semiótica y la melódica perturbación de los ritmos.
Y, sí, en el verso alejandrino se produce un gran avance, tanto en el ritmo, cuanto en el lenguaje. En el ritmo, la innovación está en que todos los versos son polirrítmicos, es decir, los acentos rítmicos son diferentes entre los isostiquios de cada verso, lo cual nos da un poema, en versos alejandrinos, polirrítmico puro, del que no conozco precedentes en la literatura en lengua castellana.
Hablando del lenguaje, hay una importantísima aportación termino-lógica, adjetiva y sustantiva, en una galaxia metafórica que se abraza compulsivamente con la genialidad semántica. El mundo del tropo está presente en variadas adjetivaciones y complementos nominales que sorprenden por su gran originalidad.
"La huella indígena" es un poema cargado de simbolismo —como corresponde a un miembro del grupo neosimbolista de la Academia de Poesía Alaire—, de connotaciones cósmicas, naturales y espirituales. El título ya plantea un anclaje temático: la memoria ancestral y su permanencia en el mundo contemporáneo como una fuerza subterránea, resistente, casi mística.
Desde el primer cuarteto, el lenguaje es violento y bello a la vez: “El fuego del crepúsculo resplandece con ira / en los campos de trigo…” Aquí el paisaje es una metáfora del conflicto histórico y del despojo: el fuego, la ira, el miedo, la muerte que se multiplica (“muerte más muerte avanza…”). José Juan propone una visión cíclica, espiralada, de la destrucción.
En el segundo cuarteto, la naturaleza cobra voz propia: “Las altas horas son un espacio que gira / al corazón oscuro…”. Se construye así un universo en el que el tiempo se vuelve orgánico y maternal —“útero del hayedo”— y donde la vida y la muerte conviven en tensión sagrada. La imagen de los tigres amamantados por un “cosmos que expira” es poderosa: combina lo salvaje con lo cósmico, lo vital con lo terminal.
El primer terceto introduce una figura de resistencia: “Sólo la huella indígena suspendida en la llama…”, donde el fuego ya no es sólo destrucción, sino también purificación, permanencia. Esta “huella” es también un sueño, un soplo, una flor: metáforas de fragilidad pero también de persistencia, de lo que renace.
El último terceto cierra con una imagen profundamente ambigua y doliente: “Angustia de la rosa…”; la rosa, símbolo tradicional de belleza, amor o espiritualidad, se ahoga en un “cauce sombrío” que arrastra la esencia misma de la vida (“aquel vivo candor”). El contraste entre la rosa y el cauce infecto es trágico y definitivo: lo sagrado ha sido mancillado.
En “La huella indígena” la elección del verso alejandrino es un gran acierto, no solo por la habilidad de Ferreiro a la hora de trabajarlo, sino que también permite desplegar una imaginería amplia, con versos de gran carga simbólica, que requieren relectura pausada. En su trasfondo late una conciencia histórica, ecológica y espiritual que el poeta canaliza con voz firme pero evocadora, más profética que narrativa.
En fin, con “La huella indígena”, J. J. Martínez Ferreiro logra un poema de mucha madurez formal y de gran fuerza lírica que dialoga con la tradición sin esclavizarse a ella, y que al mismo tiempo propone una reflexión urgente y lírica sobre la identidad, la destrucción y la memoria.
Mi enhorabuena, estimado D. José Juan Martínez Ferreiro, en su día, escribió usted un poema para recordar.
Un fuerte abrazo.
Gracias, Rafa, por este profundo, minucioso y brillante estudio, en fondo y forma, que haces de viejo soneto: “La huella indígena”. Esto todo un honor, querido amigo.
Felicidades de nuevo, Ferreiriño,
una y muchas veces más por esta Joya poética, por los excelentes comentarios, por la distinción y por la buenísima, detallada y minuciosa crítica literaria de Rafel.
Bicos y abrazos fuertes.
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Marisa Peral Sánchez
¡Nunca te dejes poner
el tornillo que te falta.
Corre y se feliz!
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