En la ciudad sin rostro,
mueren los detalles
con sus trajes de culpa
ceñidos a la memoria.
Has llegado
pero él no puede
saberte.
Afina la voz
para llamarte,
huele tu falda
y se aferra a los poros
en el desvirtuado ejercicio
de amar.
Eres, dice ella,
la tenue conspiración
de las sombras,
un mal repetido,
un vector sangrante.
Solo soy, contesta él,
un difuminador en trance,
un ojo nublado,
la ventana corredera
de mis viejas ansias.
Eres tú, creo,
pero te confundes
al filo de la luz.
Cuando mi perfume
aprenda a estar
en tu cerebro
y mis manos descalabren
la paz de los sentidos,
no tendrás duda
quien vive en tu mirada.

Editado para agregar dos comas que faltaban en la cuarta estrofa.
Gracias, amigo Rafel, por tus observaciones.