nadie le daría de beber.
Así se metiera en la caseta de la feria,
de la peña "El cargador",
que lleva su barrio a cuestas.
Carlos Chaouen.
Es un grito que atraviesa el alma.
Él se vuelve con la cámara cargada,
es un fusil que fulmina el instante.
Capta la imagen.
Mil disparos.
El otro, aguanta el dolor en el suelo,
maldice el guijarro traidor
que se hunde en su carne
y observa sus papeles volar.
Una ráfaga de aire enfurecido,
mil gotas negras,
barro y sudor.
La guitarra
iluminado
por el único rayo que
atravesó el cielo ennegrecido.
Disparó una y mil veces
contra la escena,
buscando el instante sagrado
que le haría superar la mediocridad.
Llegó el invierno, con sus heladas,
con su nieve y con el frío seco
que cala los huesos.
La exposición, un éxito,
y su instantánea, uno de los premios.
Fuera, la noche llega
y bajo una marquesina
un hombre rasga las cuerdas
de una guitarra astillada.
En sus labios prendida
una vieja canción de semilla seca.
En la exposición otros se detienen
contemplan la fotografía
—imagen en blanco y negro—:
Un hombre de mirada furiosa,
iluminado por un rayo
llora la palabra mojada,
hojas en el charco
y la guitarra cayendo al suelo.