
Cuando empecé a descubrir lo que significaba el tiempo,
me sentí aún más confundido.
—¿Y si era otra broma del infinito, y si sus arcenes y carriles, rieles y atajos y circunvalaciones y rotondas fueran solo una calle sin instantes?—.
Caí sobre la calzada, con los pies embarrados, con las piernas magulladas, con números en mi mente y ecuaciones e incógnitas.
A oscuras, ah, siempre a oscuras, la sombra de la lluvia mancillaba mis matemáticas, el miedo al error y al desparpajo.
En alguna otra vida te vi, no te alcancé.
—¿Quién iba acaso a asir mis quimeras a través del sonido? ¿Qué becuadro, qué silencio, qué compás forman un ritmo íntimo?—.
Me habían hablado bien de ti, las reverberaciones del destino; dejé todo en manos del futuro.
Pero qué sabías tú de mis placeres cotidianos, ¿no?
Qué sabías tú acerca de la sed de mi lengua y mi piel, si solo era un vaivén, solo era una huella en el mar.
Y en ambas direcciones, y en busca de respuestas —como siempre que te crees cerca de encontrar lo que quieres—,
fui toqueteando el clima de tu llegada, preparándome para tu marcha.
La luz a veces crea atmósferas de fe, pero tú te acercaste sigilosa, desnuda de propósitos,
y me dije:
"Esta será la mujer que no podrás tocar, decían mis ojos, envueltos en la nada, vendados, presos, sublimados, en los calabozos del cuerpo".
Y mis manos, torturadas por la necesidad, con los huesos atados y el color cárdeno, esperaban el crepúsculo.
Se precipitó la noche lentamente y en la última claridad del día, cuando sabía que no podría ya atravesar los límites de tu boca,
me despedí de ti, como hace alguien que conoce su debilidad, que está ciego de manos y sordo de confianza.
Como alguien que no quiere cargar en otra persona el peso de un amor con la mirada.
Como alguien que no pide ni da oportunidades.
Como alguien que depende de las ilusiones opacas, las cuales le generan certidumbre.
Como alguien que al espejo,
no se frustra ni siente impotencia.
Como un poeta, sí, como un poeta que emplea un lenguaje venido de las hordas del amor.
Un ciego de manos que escribe sobre cualquier materia, controlando la luz y la niebla, la lluvia y el fuego.
Las estrellas se lo llevan, no puede tocar el cielo.
Ese es precisamente el firmamento de todos los difuntos.
Lo que pasa allí arriba se queda allá arriba.