
Cómo puede el pensamiento alcanzar su plenitud,
deshojar la invisible voz de su conciencia,
si en el cóncavo azimut de los costados
sólo laten los oxidados cerrojos del silencio.
Las ansias amarillas del recuerdo enajenado,
tanto tiempo invernadas en las sienes,
enhebran azogados collares de mercurio
despertando en el flujo vertical de las palabras
el aspecto febril de su rostro demudado.
Sólo el amor,
cálido elixir de melódica dulzura,
con su atávico léxico de fusas y corcheas
podrá regenerar desde el verde de su llama
el oscuro cauce de las sombras.
Sólo así,
lejos del vértigo espinoso que a callar invita
el alma se libera del nudo en la garganta,
y el verso se vacía por el hueco de la mano.
*Andros