Si algo fue cobijo para mí, fueron las gárgolas.“¡Profeta! - dije -, ¡ser de desdicha! ¡Pájaro o demonio, pero al fin profeta!”
Desde la cúspide de las iglesias, ellas dilucidan
una estética a la cual hay que adentrarse
siendo el original poema de fuego,
el lector merece -si no la verdad-
la verosimilitud ingeniosa del mismo diablo,
sin esa innovación “eureka”,
ese rayo que calcine cualquier idea de misión sagrada,
esa demencia que te lleve al declive por donde
la última verdad haga sus gárgaras
y vomite la sangre del cuervo que toca tu puerta
para hablar, llorar a Virginia, Virginia…
¿En qué recóndito patetismo se oculta Dios de mi monstruosidad abstrusa?
¡Nueve dólares fue el precio de mi fama, oh, Cuervo,
borracho de melancolía,
me expulsas como a un planeta desde mi garganta!
En el cinturón de la fría existencia,
peculio ardiente y breve.
Letras,
¿no sabías que este es el infierno?
E. R. Aristy