
Te abrazaré en la herrumbre
de los vuelos ruinosos
por llevarte la vida que resida en la muerte
de una ciudad vencida y arbitraria
que no desea
que sigamos su aliento,
sus medallas, su paso o su corona
para abrir la cortina que encierra los mensajes
en el rumor del mar que nos aleja,
nos mece y nos castiga
en la verja de brumas vaporosas
del Mare Nostrum mustio y desteñido
que extiende una caricia agresiva
por el muro de sombras circundado
por una prédica perversa y subjuntiva
que se arrastra en la cumbre lastimera
de una hoja caída que ha borrado tu nombre
en mi libro de ruta innortada
y no encuentra medida ni presencia
en mi rostro de lunes que sigue en su cilicio
aletargado y cruel.
Tú nunca me dejaste las alas de las nubes,
la dirección de tu bolso y tu falda,
ni el rincón de los lirios marchitos que agolparon
los fracasos prendidos en el sueño que reza
en el templo añorado por las olas y el viento.