Naipes para un solitario,
cartas para un melancólico,
la baraja decide,
solo la suerte.
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La impaciencia es como un arma descargada,
nunca abrirá fuego,
por más que se acabe su espera.
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No hay arena suficiente en el desierto,
para dejar sin fondo el mar,
la sequía de la vida no acaba nunca con el sufrimiento, el llanto, la aflicción.
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No hablo de amor,
el mío me lo sé de memoria,
y el resto no son sus reflejos.
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Quiero escapar del ruido,
pero respirar me hace súbdito, cómplice,
del equilibrio de la vida.
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Hay huellas en mi sombra,
alguien sigue mis pasos con todos sus ojos,
uno por cada realidad,
qué ciego he estado desde siempre.
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No hay tragedia en los sueños,
eso dicen por rutina,
no hablo de pesadillas,
hablo de que mi cuerpo no sale de mi mente.
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Mi ambición excede todas las expectativas,
y mis experiencias, todas mis ambiciones.
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Mis experimentos con el dolor,
atenúan este sufrimiento,
que es desaprender lo que han intentado enseñarme.
Me turba la soledad de todas mis ilusiones.
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Mil cosas me distancian de la vida,
mil vidas me distancian de las cosas.
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Me han arrancado el deseo de las manos, del corazón, de la piel, de la mente.
No han encontrado al captor,
y yo tampoco sería capaz de identificarlo.
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Nunca estuve hecho para dar.
Antes esperaba siempre algo a cambio.
Ahora cambiaría todo por tener ganas de recibirlo.
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Me conozco mejor de lo que parece.
Creerme un ignorante es solo, y no es poco, tomarme un descanso de mí.
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No me necesito, porque no me quiero.
Antes, con el ego me llegaba.
Ahora tendría que ponerme mucho más romántico.
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Cada vez se devalúa más la palabra.
Hoy parece ya poco menos que un delirio, una calumnia.
Hice un dios gracias a ella, pues.
Mis paranoias se llevaron el mundo por delante.
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Cuando menos lo parece,
más difícil es que pierda el juicio.
Me declaro inocente.
Y culpable, por si acaso.
