resoles que se estancan en el cielo,
una atmósfera insomne a la vez que noctámbula,
lo tácito del verbo unido con la carne.
La espina que me cala, el orden y la lógica,
que por cada pregunta se lucran de la mente,
como hacen los desiertos, o las cuevas,
con reverberaciones.
Cada vez que desisto de mis aspiraciones,
me cuestiono si llegan hasta el hueso,
me lo cuestiono todo, y vacío, parece
que tiene más sentido lo que es descabellado.
Luego, la incertidumbre se engalana,
para dejarme a solas,
ah, que infame resulta fulminar las teorías
que me traen espejismos.
Cuánto duele la vida.
Son mis cinco sentidos.
Es la apocatástasis frente a la duermevela,
la que matiza rojos y turquesas, son cielos
los que se buscan. Ciclos de transición opaca.
El origen no pende de la historia.
Es un secreto, va de oído en oído
en silencio o con voces de ultratumba.
Y respondo por todas mis palabras,
aunque sean profundas,
pues siguen siendo propias,
y mi cuerpo resiste,
pero mi alma despista.
Mi sangre sirve al fuego,
lo doma y lo acaricia,
antes de descansarlo.
La extinción siempre va ligada a lo prohibido. Mi tozudez...
Está penada en todas partes.
No...
Hay interferencias...
Ni otro ser más recóndito...
Lo que yo soy...
Lo sabe todo el mundo menos yo.
Pero...
Me adoctrino en la ciencia más exacta...
Nada tiene que ver con la desidia...
Es dinámica, inmóvil...
Somos dos...
Más fuertes que mi opuesto.
Soy ése que se alía con su peor enemigo.
A veces la existencia no es la realidad.
Quiero replantearme ciertas cosas...
Todas tienen pareja y están a rebosar...
Se me hace imposible cambiar de parecer...
En verdad ya he optado...
Por mi propia opinión...
No recuperaré...
El buen juicio...
Y tampoco lo quiero...
Lo que escondo...
Es el resto de esta división...
Unos buscan a Dios...
Otros se le insinúan...
En qué punto estoy yo...
Por más que me analizo...
No encajo ni con Dios, ni con el hombre.