siempre es prisionero de sí mismo
y un juguete de las sombras
o un mar sospechosamente
en calma.
Tras la puerta que niega
la entrada a los paisajes,
el silencio se escarcha
y en piedra muda
la palabra.
Fuera, el Sol ilumina
la piel de la casa;
tras la puerta, la lluvia inunda
las estancias donde habitan
el filo y el aliento feroz.
Nadie llama
si, tras la puerta, asoma
el azul cruento de la vena;
ni siquiera, cuando el aire
huele a violeta y a trueno.
Una mirada violácea,
tras la puerta,
guarda silencio y aguarda,
en la soledad de su laberinto,
el ataque final del Minotauro.
Cuando ya es tarde,
tras la puerta solo quedan
tumbas con nombre de mujer
y el dolor, entonces, es flor inútil
en una tierra sin matices.