abriga la piel desnuda,
con colores
de fragancia
perfumada de caricias.
Un paseo de puntillas
inhalando viejos aromas,
besos, sudores y azares
¡callan!
Y recitan sensaciones.
Aún sigo el rastro de tu esencia:
morada, bálsamo y testigo.
Y yo, amor,
se lo cuento a la mañana
impregnándome sin sonidos.
Pero dime, hombre de mí.
¡Dime si tú puedes saber!
¿Cómo volver a confiar en los hombres?
Lo he intentado.
Así debe ser, dicen;
ceder debilidades coleccionadas,
vestigios imposibles de vergüenza
contra el mundo.
El museo de mis traumas,
de mis tristezas,
de mis temores,
las cruces de mis agendas.
Son esas debilidades que se escurren
por estrechas fisuras de confianza.
la soledad de molinillos al viento
y alcachofas de plata,
en un desierto de ausencias
que ya no tienen nombre.
Viene soplando un bemol aterrado
y huele a despertador digital,
a memorias enfrascadas
y voces resbaladizas
que agonizan en sequía.
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