La sombra me susurra al oído
que alguien estaba fumando
marihuana.
Pero yo solo veo al poeta
con su clavel y su mano
cerrándose.
Su postura —si mujer era—
resulta indecente,
provocativa.
Entre sus labios he descubierto
los restos de la hierbabuena
masticada.
El sueño ha sido tan rápido
que el poeta ha escrito en el aire
—con su clavel—
un verso que decía:
sombra de este laurel que vive libre.
Lentamente, los alaridos
se han convertido en música lejana.
Los caballos han permanecido estáticos.
Ha soplado la brisa.
He abierto una ventana
que daba al campo
y el poeta ha venido conmigo.
La sombra me ha sugerido una canción
cuya letra finaliza con la palabra
que estremece:
como rosa amarilla
—pétalos asimétricos—
casi sin perfume,
sin jardín,
sin rosal, rosa en el aire,
pulgones que recorren
la nevada forma. Tú,
mi poeta,
eres el aire que la rosa ocupa,
el aire que desaloja
la luz arrebatada.
La noche sustituida.
No recuerdo ya cuando sonreías
entre cortinas blancas de tul.
No siento ya tus brazos enlazándome
entre palabras y susurros de locura.
Me caigo en la nada y siento ya
que puedo volver a sonreír
—entre paisajes, cristales rotos
y ojos oscuros—
he vuelto a encontrar tu sombra.
Te la devuelvo, ahora sonrío
y ya no recuerdo.
Tiempo Cero.