esa daga que atraviesa mis entrañas; no escatima en tozudez.
Es sabedora de mi vida, conocedora de mi insignificancia y demoledora verdad.
Misil que vuela hacia la línea de flotación de mis resquebrajadas cuadernas.
Ríanse poderosos gigantes de corazones perennes, ríanse viejas de bronce en sus atalayas.
Por vosotras y vosotros no pasan las cuentas, ni la hacienda pública de la vida os sanciona.
Ese rayo envenenado que zahiere mi defensa dejándola traslúcida y desarmada,
esa verdad palmaria; me reta a un duelo en el que no tengo posibilidad alguna.