
mis ojos ya no sirven de testigo,
ante el filo del delicado azar,
rebosante de láminas cristalinas, sin filtro.
Su pintura ha caído sobre el hielo,
con tupidas alúminas,
donde ondea la sed de las estrellas,
el reflejo del río, la orilla de mi lágrima.
Cayó frágil y lenta, estalló una y mil veces,
y un mosaico fantasma como el de las alfombras
en penumbra,
se estampaba en mi boca.
Sin emitir ni gestos ni palabras,
irradié tu presencia en el espejo.