Sonreír es el remedio,
para aprovechar el tiempo,
que impulse enfurecidos olas prestadas,
vistiendo desnudos alambres de tristeza.
Es, donde el sol alumbra,
y llega con un corazón lleno,
fuego que quema el pájaro sin alas,
y llora por los nidos que ya se han marchado;
abre con una llave mágica, sin ruido,
el río de lava que baja danzando el eclipse del enemigo.
Allá, en rincones de esperanza,
se tiñe la pesadilla del miedo, de verdes recuerdos
en espejos, que suplen los pedales de la prisa
salvando los atropellos,
a huérfanos de alas, para el mañana.
Debajo de las lágrimas hay terreno fértil, sus velas
--bocas, ojos, labios y sueños—son silencios
que amarran las sombras buscando
la tímida desesperación en césped recién cortado.
Hay sonrisas, Venus, donde los nombres crecen,
Surgen y cabalgan después del canto del gallo;
Víctimas que se ocultan detrás de los rincones, aplastados
por pensamientos que abrirán sus vidas,
canto visible que hace llorar de alegría,
que mueve el espacio solo y recupera la cordura,
que ofrece un fuego apagado y una linterna,
y proyecta un camino que, antes, esconde, y
libera los remeros de su esclavitud, de la ópera del silencio.
Será un camino compartido hacia la felicidad.