con esa diplomacia bienhallada y unánime,
se cuela y serpentea como un río
donde duerme el diamante
de la metalingüística,
espejo inconfundible,
el resplandor tupido del semblante
que silencia sus reverberaciones,
retratando la seducción del agua,
vidrio de la palabra,
tambor del esqueleto,
el alma arrojadiza.