en el mundo de los guiños
y el ágil aleteo de la intuición
¿por qué roemos la amarra
del buque-silencio?
¿Por qué la lengua batiéndose
entre dos planchas de acero?
chillando para pedir silencio.
Como un Belén viviente,
así se subtitula la vida de cualquiera.
Como un recién nacido
que rompe el nirvana con su llanto,
agudo y exigente.
y conversar con el hombre que olvidó
—¡qué lucidez la suya!—
todas las palabras?
no sé muy bien por qué, pero conmigo.
Te reconozco a oscuras,
eres lo único que no suena,
sólo sabes y hueles, al contrario que el agua.
Sólo te huelo y saboreo yo,
nadie nos ve y nada deja de sonar,
ni se detiene.
Pasa un hombre vestido.
La ropa sobre su cuerpo.
Corro a comprar una libreta y un rotulador,
me aferro a ese hombre para escribir algo.
Ciegos los cuerpos se confunden,
—el suyo en el puente—
con los zapatos, con los pies dentro,
con un jersey tan sin verde,
que no puede hacer otra cosa,
otra cosa que saltar del rev´és
de no sé dónde, ni qué, ni para qué.
Y sigo corriendo a comprar libretas
en cualquier sitio
con una necesidad de urgencia.
—Se nos ha ido la tarde, Ana.
Y me martillea esa frase como si en ella
se encontrara la explicación de todo,
—el gran misterio—
y de ese no saber qué y por qué
voy escribiendo trozos desperdigados de mí,
que tú lees en silencio.
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