Cuando la puerta vuelve con tristeza,
cuando el recuerdo es rumor cotidiano,
cuando la penumbra refleja cansancio,
cuando las sábanas son humo de hombre solo,
cuando las manos son canto de insomnio,
el libro del alma se viste de polvo
e indiferencia del destino.
No podrá iluminar las orillas de la vida,
ni nombrar la desnuda hoja del espejo,
develar las palabras con acento de angustia,
ni empezar a pronunciar los sueños desolados,
la pobreza herida mientras calla.
Desde su quietud sin señal de humo,
desde la sombra sin dolor ni río,
desde el mar sin agua ni adiós,
desde el aire sin aire ni espacio,
desde esta nada, borra su imagen.
Ahora escribo el principio del huésped
con túnicas de fuego,
con labios tornados de sangre
en ardiente invierno sin garganta,
con risas de escondite;
y, su final,
sin sed y hambre,
sin espera,
sólo una parábola de eterno silencio.