La bailarina

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

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Ana García
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La bailarina

Mensaje sin leer por Ana García »

De un manotazo desconectó el despertador. Y de debajo del edredón salió un sonido extraño. Era un gemido. Retiró la ropa de cama hacia atrás y una melena pelirroja apareció de entre las sábanas. El cuerpo, hecho un rebujo, no quería moverse pero era inevitable, debía levantarse y prepararse para ir al trabajo. ¡Uf, qué pocas ganas tenía! Por fin se levantó y se estiró completamente. En el hueco de la cama quedó la impronta de un sueño sin descanso.
Dudó un momento entre tomar un café bien cargado o darse una ducha que la espabilara por completo. Optó por lo segundo. Llegó al baño y se miró en el espejo, ¡estaba horrible! Aún quedaban restos del maquillaje del día anterior repartidos por su cara sin orden ni concierto. Rápidamente se metió en la ducha para no tener que volver a verse en el espejo y empezó a frotar su cara y su cuerpo como si en ello le fuera la vida.
Al salir de la ducha de nuevo se vio reflejada en el espejo, parecía otra, su cara estaba limpia y fresca. Se fijó en su cuerpo, era bonito, sin duda: piernas largas y delgadas, cintura estrecha, pechos llenos y firmes; aunque tal vez la fuerza de la gravedad estaba haciendo mella en ellos y se notaba el cambio. Al fin y al cabo ya no era una jovencita, pero todavía se podía sacar partido de su tipo y de su elasticidad.
Mientras se tomaba el primer café pensaba en su futuro, no tardando mucho habría ahorrado lo suficiente como para dejar su actual trabajo y realizar su sueño, emigrar a una ciudad del norte, la tranquilizaba la lluvia y el paisaje verde, y allí abriría un pequeño café literario con estanterías llenas de libros. Un lugar que le diera para vivir tranquilamente.
El café se había acabado, así que decidió dejar los sueños para más tarde. Volvió a la habitación para ponerse unos viejos y gastados vaqueros y un jersey que parecía dos tallas mayor de la que le hacía falta. Se cepilló el pelo, cogió su bolso y salió a la calle.
La tarde era agradable, acababa de empezar la primavera y los días eran más largos, pero aún así faltaba poco para que anocheciera. Se acercó al trabajo dando un largo paseo. Al llegar entró por la puerta de empleados y fue directa al vestuario, donde se encontró con la compañera con la que compartía tristezas y alegrías.
—¿Qué tal está la tarde? —Preguntó al verla.
—No está mal, los habituales y algún turista —contestó mientras se perfilaba los labios.
—¡Qué bien! A ver si esta noche hay buenas propinas.
—Parecen generosos, creo que sí, que la noche será buena —contestó su compañera, alegre.
Mientras tanto ella se iba desnudando y buscaba en el ropero su uniforme.
—Hoy me toca el número vaquero —dijo, llevando una percha de la que colgaba algo que quería ser un disfraz de vaquero: un sostén, unas braguitas, unas cartucheras con pistolas y un sombrero—. La verdad es que no me apetece nada, bueno, no me apetece ningún número.
—Ya sé de qué hablas —contestó su compañera mientras se vestía de enfermera, cambiando su semblante al recordar el penoso suceso de la noche anterior, ocasionado por dos turistas borrachos.
De repente asomó una cabeza por la puerta y dijo:
—Dos minutos para tu número, vaquera.
Acabó de maquillarse en un minuto y salió corriendo por un pasillo hasta que llegó a unas cortinas cerradas, iluminadas con un cañón desde el otro lado.
De pronto se oye la música y ella pasó al otro lado moviendo su cuerpo de forma excitante. Ni siquiera se fijó en los rostros que la miraban aunque sabía que estaban allí, siguió moviéndose al ritmo de la canción mientras sus pensamientos volaban hacia un pequeño café en una ciudad del norte y en una cabaña cerca del negocio.
La pista de baile era una larga pasarela con barras verticales cada dos metros, alrededor de la cual colocaron unos asientos donde se sentaban los hombres a los que les gustaba ver el espectáculo de cerca.
Ella avanzó, por la pista, casi hasta su extremo como si fuera un enorme gato, allí sacó las pistolas de juguete y disparó hacia un calvo gordito que se puso colorado, mientras los demás no se perdían ni uno solo de sus movimientos felinos.
“Sí, C. me ayudará con los cambios. Su cariño por mí nunca cede ni se rompe”. Piensa mientras sopla el hueco de los cañones de las pistolas como si los disparos echaran humo.
“Un bonito café decorado con artesanía local. Habrá conciertos, tertulias, poesía y exposiciones cada mes. Y no faltará un atrapasueños situado en el dintel de la puerta”, ¡Ah! Parece que oye el tintineo, es música celestial para sus oídos.
Uno de los hombres que rodeaban la pista metió un billete doblado entre su cuerpo y la poca ropa que lo cubría. Ella se agachó sonriendo y le dio un beso en la punta de la nariz, a la vez que le enseñaba el escote.
“Por dentro será muy diáfano, con mucha luz por el día. Cada artista que pise el café podrá dejar su frase favorita por las paredes y el techo”. De espaldas a los hombres que la miraban se deshizo del sujetador y se volvió para mostrarles sus encantos y más billetes fueron entrando en la cinta de su tanga.
El número estaba llegando a su fin cuando ella acercó sus manos, primero a un lado y luego al otro de sus caderas, para soltar sus braguitas y quedarse con un mini tanga. De vuelta se encontró con la “enfermera” en el pasillo.
—Si quieres tomar un café más tarde me esperas que me cambio rápido.
—Hoy estoy muy cansada, ya veremos luego.
Sí, solo han sido unos minutos, pero resultan agotadores. Aún le queda otro número, siempre el mismo, siempre las mismas caras, los mismos ojos que se fijan en su cuerpo, todo igual una y otra vez, una noche tras otra.
Bastante más tarde, y después de un café rápido con la compañera, volvía a su casa. Le gustaría disfrutar del paseo, pero la noche es fresca y las calles, a esas horas, no son seguras.
A salvo en casa seguía soñando con la cara pegada a la ventana, entre los tejados se veía un trozo de cielo que iba aclarándose y ella se preguntaba cómo serían los amaneceres en su cabaña. Pronto, muy pronto podría cambiar su vida, desconectar de ese mundo y apartar la tristeza de sus ojos.
Hallie Hernández Alfaro
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Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Re: La bailarina

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Muy lograda esta suerte de imaginación escindida.
La bailarina ausente mientras baila, el poder metafísico haciendo de las suyas y la realidad del mundo tangible martillando la mente.

Es un relato ligero, dinámico, muy vivo.
Me has trasladado a las escenas, al cuerpo en piloto automático, a los rostros posibles de un café literario.

Sigo encontrando muy bien formada tu narrativa corta, Ana.

Abrazos y salud a montones.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."

El faro, Ramón Carballal
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Ana García
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Re: La bailarina

Mensaje sin leer por Ana García »

Sí que pienso que es algo ligero para degustar estos días tan intensos. Un breve que se lea en tres o cuatro minutos y no tengas que volver a él por algo que no haya quedado claro.
Y como siempre se escribe algo real dentro de un texto imaginario te diré que hace tiempo tuve, junto a otros, un café tertulia como el que aquí aparece. Era una gozada, pero no creo que vuelva a ser autónoma nunca más, demasiados quebraderos de cabeza.
Gracias por leerme y comentar.
Un abrazo.
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Marius Gabureanu
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Ubicación: Reino Unido

Re: La bailarina

Mensaje sin leer por Marius Gabureanu »

Me ha encantado leerte, Ana, es un texto que concentra toda una vida, también un espejo de la sociedad en que vivimos, me hace pensar que los caminos elegidos no siempre son los soñados, aun así, no hay que perder la esperanza, y cruzar ese río a veces turbio...Muchos abrazos y gracias por compartir.
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