te comiste los párpados noche a noche,
dejando a un lado la mañana
para no dejarte sorprender por su brillantez,
te recogiste entre los rincones
donde habitan las arañas y su guarida,
donde el polvo se acumula a golpes de días,
pero no dejaste de balancearte en mi columpio
ni apaciguaste nunca los sueños
que se marchitaban
como las pesadillas sin sentido, sin fin.
Quisiste estar a mi lado,
convertirte en el paciente que acompañara la locura,
y aunque a veces decidí marcharme
algo de fuerza extrema me obligaba a no hacerlo,
eras algo indemne, eres algo indemne,
y aunque en las conversaciones quedaran extintas las palabras,
que aún queden extintas,
siempre supe lo que quisiste
y nunca pude evitarlo.
Te mueves como nube negra en cielo azul,
como humo mugriento de leña humedecida,
te crees patrón y a la vez mi dueño,
y lucho por no ser lacayo y temo ser tu siervo,
cabalgo en las penurias que infectaste en mí,
trasiego por los confines de un ayer irreconocible,
no me dejas respirar su aire,
me aplacas con la tesitura de tu egocentrismo,
maltratas la mente, la absorbes,
lo emulsionas con tus actos,
con tu maldad fría y sin palabras,
tan solo hurgando en los recovecos profundos de la cabeza.
A veces creo volar junto a ti,
y aunque ahora me miras, -sé que lo haces-,
dejas que mi sangre se altere,
que la derrame a golpes de frialdad inusitada,
si bien el corazón no tenga la capacidad de entenderlo
y el alma trate de mitigar, lo que se antoja imposible.
Parece que hoy tenemos invitados,
como tú, se aglutinan a rincones enfermizos,
como tú, me miran con la idea de atraerme,
de confinarme con ellos,
me tienden sus manos, sin mediar palabra,
sangran en mis adentros, porque quieren poseerlos,
porque quieren atrapar mis sentidos,
y yo te pido una explicación,
¿son tus amigos?
¿comparten las tinieblas contigo?
¿qué quieren? ¿soy tu siervo?
¿acaso soy el de todos?
Se marchita la raíz del entendimiento,
me aplaca la mente, me sangran los ojos,
me tiembla la voz, las manos, el alma,
soy marea sin orilla a donde llegar,
lluvia sin pasto que alimentar,
testigo de una derrota sin haber combatido,
maldito del poder celestial,
cómplice de tu lasciva crueldad,
loco sin más allá,
torturado cruel de las tormentas de la locura…
¿Quién eres tú?
¿Quiénes son ellos?
llevadme con vosotros pero no maltratéis más mi mente,
siento presión, dolor, ¡vacío!
siento frío, helor, enajenación de moribundo.
La niebla se oscureció,
las flores ennegrecieron sus pétalos,
y en el amanecer,
la tibia aurora penetró tras los cristales,
más tan solo alumbró mi cuerpo,
rígido, inerte y con los ojos abiertos.
En mi mano derecha,
cerrada, rígida e inmortal,
un tatuaje de ceniza,
Draculea, Lucifer, Azrael.
Tal vez,
hoy ya sea uno de vosotros.
Hoy, treinta de febrero.
Lucifer – Diablo
Azrael – El ángel de la muerte