
mientras tú penetrabas a hurtadillas,
en el sanctasanctórum de mis lágrimas,
que colmaron de cuerpo mis iglesias.
¿Qué podría hacer yo, sin convencerte?
El amor amaestrado, como una bestia mustia,
enjuta y delicada, con quebrados rugidos,
como una partitura, de obligado cumplir y menester.
Se me fue amontonando algo que me engañaba,
justo, donde el misterio se convierte en misterio
-Quizás ese misterio tenga que ver con trapos
sucios, que salen siempre a flote, cuando el mar me circunda, me acomete.
Definitivamente, cuando acaba el conflicto, lo veo todo claro,
como en una batalla. Claro y carmesí.-,
hoy me desangraría por entrañar la duda,
sin embargo las mariposas duran, ya no son tan fugaces,
sino que todo vuelve al todo, y me he quedado
aquí, en la despedida.
Y aquí he permanecido, y permaneceré
hasta que la ilusión derrote a la mentira.
¿Quién soy?
Me llenaste de múltiples preguntas y crisis de autocrítica.
Ahora escribo poemas, dedicados quizás, o quizás no,
¿Quién sabe hasta qué punto infinitar el humo?
Y me baño en las playas de aquellas islas vírgenes
que escribí, y entre tánto, mi soledad construye una autopista.
Y con todo rodado, no robado, confieso que he cambiado.
No me asaltan los rayos infrarrojos, que han estigmatizado
el color
del puro cielo,
esa decrepitud tan envolvente no nos une siquiera en el pasado.