y nos llamaba
—presumí otra de sus fantasías
de noche, aceite y pan tostado.
Como era pertinente un casamiento,
festejar algo para emborracharnos,
tía Marta asintió aún sin verlo;
pensaba en su infecunda viña
que tenía el ópalo pegado a la sed
y el hierro a la memoria del Big Bang.
No sin antes palpar sus genitales,
porque hay volcanes hembra y los hay macho,
dijo con gravedad:
“Esta familia tuvo suerte,
puede escupir amapola y memoria,
es bueno para mi Garnacha,
los dos tendrán descendencia
en nuestros vinos.”
La roca inmadura de su lengua
proponía calor,
una efusión que determina en lava
el pulso iniciático de la vida.
Sí, era un volcán.
Y así comenzó el Irazú a dirimir su futuro
creciendo junto a nuestras contingencias,
regando con ceniza y ángelus
la solidez de la bacteria prima;
sobre eco, tono y adanes, el tiempo,
que a nosotros nos mata puntualmente,
consolidaba en él la Piedra Virgen,
madre de Dios y siempreterna.
Armilo Brotón