cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Miguel Hernández (Las abarcas desiertas)
Ese enero endiablado,
envuelto en fría hambre
oro había soñado,
fría quedó su sangre.
Como rayo divino,
perdido entre las sombras
sin ruta, sin camino,
vacío hasta de sobras.
Con esos pies descalzos,
esas manos vacías,
huérfano eras de calzos,
sin niñez, sol querías.
Que triste tu pobreza,
tu alma helada de frío,
que triste es la riqueza,
de helor y hombre vacío.
Ese enero endiablado,
donde el seis, no existía,
hubieses esperado
que algún rey llegaría.
Entre piedras y matas
arrastrando esos pies,
esclavos de alpargatas,
de horas, días y mes.
No anduvo alba, ni el cielo
encontró estrella alguna,
que reluciera entre hielo,
variando tu fortuna.
No hay gente con corona,
ni con botas de cuero
que bautice en persona,
pobre sin zapatero.
Ese enero endiablado,
sin cinco, seis, ni sol,
perdura el hoy callado,
con botas de charol.
Y en el seis, tus miradas,
hoy, las albas despiertas
ven sus manos heladas,
mismas manos desiertas.
Dedicado a un poeta imprescindible para los amantes de la poesía.
Hoy debieran leer sus “abarcas desiertas”, muchos padres para hacerles ver a sus niños lo afortunados que son viviendo esta vida tan fácil, llena de alimentos, de bien vestir y de caprichos y enseñarles a mirar atrás, a la parte oscura de este mundo, donde aún hoy, persiste la pobreza, la miseria y el mundo de tantos y tantos “niños yunteros”.
Va por ellos.