Una Navidad vivida
al llegarme la mañana,
se me despertó la gana
de la conciencia dormida.
Con dos bolsas de comida
sin nada más poseer,
fui buscando por doquier
y al darlas al pordiosero
respondió, por hambre muero,
mas, que coma mi mujer.
Más de ochenta años tenían
y cogidos de las manos,
como si fueran hermanos
el manjar se repartían.
Sus miradas parecían
poesía declamada,
ella de piel muy tostada,
él eterno enamorado
que se quitaba bocado
para dárselo a su amada.
Así quisiera morir,
al lado de la mujer
que a mí me sepa querer
aunque amar fuera sufrir.
Quien ama debe asumir
que la vida no es de rosa,
pero puede ser hermosa
viviendo con hermandad.
Sólo eso es la Navidad,
lo demás es otra cosa.