sin que nadie le imponga su criterio,
le contesta la voz de algún misterio
que oculta dirección e identidad.
Son locuras del hombre que prefiere
esconderse de un mundo temerario
dialogando consigo en solitario;
huyendo de la cruda falsedad.
Se pregunta qué fue de aquel te quiero
que con fuerza calara en sus sentidos,
celestial y armonioso para oídos
ansiosos de escuchar el verbo amar.
Mas no obtiene respuestas convincentes
que motiven la ausencia o la tardanza
de la frase que avive su esperanza
y vuelva de nuevo a ilusionar.
En su alcoba de sombras y silencio,
cautivo de la voz de su inconsciencia,
agota pensativo la paciencia
sin nadie que comprenda la razón.
Los días se le pasan cautelosos,
las noches son testigos de su espera
y llora cuando ve de qué manera,
se apaga poco a poco la ilusión.
No quisiera perder las esperanzas
ni pensar que jamás fuese querido,
no admite rendición como vencido…
no quiere, por amar, pedir perdón.
Prefiere que perdure en su memoria
el sonido meloso de un te quiero,
no la herida del verbo traicionero,
que le hiciera sangrar el corazón.