como sumido en un sueño,
se apagaron los redobles
que golpeaban mi pecho.
Y vi la luz de unos ojos,
sentí el frío del invierno
y una voz que susurraba…
vuela conmigo hasta el cielo.
¡Cuánta dicha transmitía
la dulzura de su cuerpo
y el perfume que irradiaba
de rosa, jazmín y espliego!
Era sin dudas mi madre,
juro que no tuve miedo,
pero mi madre se fue
como el humo diluyendo.
Volvieron las blancas batas
tornaron ojos serenos
y se fueron a bolsillos
los llantos en los pañuelos.
He retornado a la vida
auscultándome y diciendo…
el cielo puede esperar,
que goza de ser eterno.
Yo tengo cosas que hacer,
tiempo tendremos de vernos
y cuando ya haya cumplido
consumiendo mi descuento,
volaré con mi sonrisa
“y un equipaje ligero”