pero nuestras almas eran jóvenes y nunca habían caído en la tierra,
todo lo que vimos hasta entonces fue el cielo, así que elegí azul".
Estos versos pertenecen a una canción.
La estampa perfecta:
tus manos acariciando mi pelo.
Esas noches
cuando me desdoblo
araño las paredes en busca de agujeros negros y puertas
del tiempo,
mientras tú resuelves jeroglíficos que salen de mi boca
en algún idioma derivado del latín:
et elegit de hyacintho, et avibus in cubiculum tumm.
Mi insomnio y yo
no nos llevamos bien
pero en ocasiones algún simpático fantasma
asiste a la fiesta como invitado especial
y me olisquea entre las piernas como
un perro abandonado:
Hola Alicia, ¿cómo estás?
Y Alicia se da media vuelta y sonríe
mientras lanza cartas al aire
y de pronto cientos de soldados naipe apuntan directamente a su cabeza
y a su corazón.
Otras noches viene un príncipe moderno a buscarme
y me lleva en metro
o en autobuses de dos pisos a contemplar Palacios de Hielo
y a parques llenos de familias de dinosaurios
celíacos
y nos sentamos en bancos con nombres
de personas que ya han muerto.
-Soñé que me querías-.
También me lleva al McDonald's y me invita
a una completa con doble de queso y cuando
te limpias el ketchup de la boca, una mano
juega debajo de la mesa
mientras me dice cositas al oído.
-Yo quiero esa estampa: tus manos acariciando mi pelo-.
Porque el amor, eso puede ser:
sonrisas de mujeres azules que cuelgan de las paredes
familias de dinosaurios que echan pan sin gluten
al estanque de los patos, unas manos
que se enredan en tu pelo
o un trino de pájaros,
incluso un asiento vacío.
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