purpurear la nieve
(Luis de Góngora, Soledades)
a quien entre cadenas he engendrado
y que junto a mi pecho estás dormido
bajo un cielo que tiembla agazapado,
mi cachorro que sueña
un verano de tarde dilatada
jugando a la pelota
hasta las tantas de la madrugada:
nunca podré ofrecerte
blanco caudal de cálidas estrellas
—mi dulzura pequeña
en cerebral nocturno se convierte
con inefable amor, palabras bellas—.
Mamá se ha entretenido
jugando con los cuernos de la luna
—solos los dos estamos
en guerra desigual y hondura rota—
pero yo no te olvido
aunque el olivo olvide su aceituna.
Duerme, que no te olvido
—mientras, los dos soñamos,
mi pecho es ya tu cuna—
aunque el olivo olvide su aceituna.
Temblor de grandes pájaros que hieren
el aire con sus trinos,
la carne con sus huevos
—de la tierra incubados en el seno
son germen de destinos
y marchitos renuevos,
suicidas si supieren
cuánto por las arterias de la historia
dura el fugaz veneno—.
Tú tiemblas en mis brazos
pero es eco del cielo;
sin experiencia alguna
de cálidos regazos
o mullidas entrañas
donde levanta el alma su alto vuelo
hasta encontrar, arriba, telarañas
y, abajo, tan violentas las raíces
del honor, de la gloria,
del miedo, de la sangre y de la luna.
Pero yo no te olvido,
hijo mío querido.
Ya que el invierno verde y su victoria
—ya preñados los vientres infelices—
cantan con voz de congelados mares
y enbravecidos sones,
ponte a jugar, ¡no pares!:
jugaremos corriendo por las eras
ayer, a la pelota;
mañana, a las esferas.
(Ya soplará la noche sus bordones
hasta extinguir las últimas estrellas).
En cambio, a mí me abrazará una nieve
que a competir con el clavel se atreve.
Hijo mío querido
a quien entre cadenas he engendrado
y que junto a mi pecho estás dormido
bajo un cielo que tiembla agazapado,
mi cachorro que sueña
un verano de tarde dilatada
jugando a la pelota
hasta las tantas de la madrugada:
nunca pude ofrecerte
blanco caudal de cálidas estrellas
—mi tristeza pequeña
en cerebral nocturno se convierte
con inefable amor, palabras bellas—.
Mamá se ha entretenido
jugando con los cuernos de la luna
—solos los dos estamos
en guerra desigual y vida rota—
pero yo no te olvido
aunque el olivo olvide su aceituna.
¡Despierta! No te olvido
—mientras, los dos soñamos,
la tierra es ya tu cuna—
aunque el olivo olvide su aceituna,
aunque el olivo olvide su aceituna...