
Los paraguas en el meñique resguardaban mis ojos del vidrio,
partido, estallado, semicortado,
donde tu imagen se repartía por el suelo de mis manos.
Intenté recogerte, con la misma sensación con la que un ovni atraviesa la atmósfera.
Mis palmas ardientes y agoreras, inmolaron en tus brazos el aire que respiran las lágrimas.
Me quedé con una versión de ti, que no era la original.
Quizá desemboquen mares en mis legañas, pero no me ahogan las ganas de abrazarte.
Esto, pequeña mía, es una recreación.
Y yo, un iceberg en la última fila de la sala.