gobiernan sus conductas
superficiales, mudas, consistentes,
en apariencia prácticas, indoloras y castas,
esos mismos, de veras, son copias de otras copias,
como los ideales, que buscan en la lógica
o en la ilógica, el caos, desavenencias rudas,
basadas en un juego de devenires óptimos
mientras todos sus órganos mantengan la estrechura
del camino que lleva a ese mismo camino.
Son espíritus nobles, como todos,
no merecen castigo ni incertidumbres recias
que ahoguen sus púlpitos, ni el discurso en que basan
todas sus conclusiones, transmitidas al gen
como historia inculcada en pragmatismo.
Todo ese poder, inconformismo, rabia,
forman parte del ser por no poder vertir
cada calamidad, déficit de atención.
Y el desconocimiento de la hondura
que absorbe, con su triste figura las hechuras
y hazañas, nos revela de una forma sarcástica
lo innato y vulnerable de la ciencia del hombre
enfrentada a la idea de una ciencia suprema,
inalcanzable, efímera, eterna y redentora.