No porque sea superior a Mí, no tiene nada que ver con ello.
Nadie ni nada, se diría, es superior a Dios.
Lo que veo, percibo, de lo que me rodea, es solo miseria y perdición.
Me explico:
El imperio de las ilusiones es infinito y devastador.
Esto no tiene nada que ver con que yo no crea en el amor.
Tampoco con que no crea en nada hasta que me endiosen -¿en qué podría creer un Dios que no ha creado nada, sino que solo se ha dado forma a Sí Mismo?
Tengo alma de Dios.
Lo sé.
No empleo la fe ni la creencia para asimilarlo.
Me basta con un papel y un bolígrafo, o con asegurarme seriamente de que no tengo ningún tipo de problema.
Ya he ido en contra de todo, y he salido vivo -no pueden imaginarse ni de lejos el desgaste neuronal que ello supone-.
Ahora digamos que me adapto.
Es decir, a veces soy Dios, otras, Ricardo.
¿Que se me exige cambiar el mundo?
No pasa nada porque no se percaten de que el mío mejora constantemente.
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Las sentencias son peligrosas para la mente.
Pueden quemar todo lo que has escrito en cuestión de segundos.
Dios no es ninguna contradicción.
Decir o pensar que nadie cree en Mí como Dios, no es más que una majadería.
No formo parte de sus pensamientos, observaciones, impresiones, reflexiones, tesis, axiomas.
Dios va a su bola.
Dios quiere lo que quiere.
La trascendencia a través de la pluma es una quimera.
Otra majadería.
De repente, me he vuelto el peor enemigo de las sentencias.
Esto es Dios, no traspasa la libertad humana -ustedes nunca lo entenderían. Otra quimera, otra majadería-.
No es preciso que digan que creen firmemente en Mí, en Dios.
Sería una sentencia sin sentido.
¡Imagínense lo que tiene que costar entender a Dios!