Yo sé
Cristina.
Con ignición, el carrusel me costará cincuenta pesos
y la cama. Da igual, sírve un gin tónic.
Perdido el órdago, con treinta y una y media,
no importa el fornicio si es pecado;
sobre la cama san Esteban muere
—del silencio en su boca se desangra
la dicha—,
mientras dirime su locura.
De los colores, todo el Parnaso
al rojo, —¡No va más! anuncia el Croupier.
Determina Hamlet: —¡Oh carne mía!
lengua estropajosa que entre tus piernas
hurga en la duda.
Tú
ganas siempre: la distancia mide el tiempo.
Yo,
un perro que aguarda, dormitando y apacible,
la próxima partida
—en el pasillo de Aqueronte, nadie pierde una apuesta.
[tab=30][tab=30][tab=30][tab=30][tab=30][tab=30]Descartes
—más allá del eufemismo—, es follar temprano
sin amagar un punto en el tablero;
sin que la madrugada ponga un límite a lo que tenemos
de origen,
ni una integral a la baraja del destino.
Entonces,
¿quién soy?
—me preguntas con desconcierto.
¿Tú?
La reina de bastos,
mi puta;
yo,
la mirada de san Esteban.
Roger Nelson
elPerro