es necesario morir,
para poder despertar
el interior del universo;
escribir sobre el alma
de las verdaderas estrellas
que iluminan esta maldita oscuridad.
Allí es donde subsiste
el amanecer de nuestro centro
y contra la pureza
que aún podríamos engendrar,
exhalamos el hechizo más venenoso,
en cada eclipse del alba.
Somos simples transeúntes
de miseria y discordia,
esqueletos que caminan por la vida,
el insolente paso de la idiotez
convencidos de ser la gran cosa,
sumergiendo la existencia
en un pantano sin sonrisas.
Muchas veces transpiro
y el cielo se queda callado,
somos los condenados,
a la noche de muerte,
aunque sea la luz
que va inspirando
este verso olvidado.
Solo el cristal de sus ojos,
son el café vespertino
que hace mover mi mundo,
la paradoja de un agujero negro
vasto e incontenible,
que todo lo traga
y al mismo tiempo
transcribe la belleza,
como el vuelo de un gorrión
recién salido del nido.