
Se rompe la rutina
cuando tú y yo nos encontramos,
y sentados en un café
deja de existir lo demás.
Sin filosofía barata
venimos a ser amantes...
de los instantes.
Juega la servilleta en los dedos,
la taza de café, aún está caliente;
nos besamos con los ojos
mientras, tratamos
de decir quienes fuimos estos días...
Tú, siempre en la mochila traes algo,
algo que me cause asombro,
porque tú,
amas cuando te admiro…
No, ya sé,
tú no amas...
Te aman…
Pero tú sabes…
Como no nombrar
en un poema de amor
al amor.
Adolecen las horas...
No es indispensable el café
aunque tengamos frío,
es embarcarnos, llegar a puerto,
a ese puerto tibio
de tu cuerpo y el mío.
Alargamos el diálogo,
esquivándonos la mirada,
el reloj como por descuido indica...
que ya no es hora prudente, de regresar a casa,
“obligatoriamente” tendremos
que buscar donde pasar la noche…
Llegar a nuestra isla
dentro de una goleta,
donde dejar todo lo que nos aísla,
(las brujas y los demonios…)
¿Quién dijo para tomar café?
¡Ah!... claro ya sé...
(sonrisas)