Como el azúcar negro.
La tarde se deshace lentamente
como la espuma y el azúcar negro
que agito en mi café.
Unos niños juegan -sus voces se oyen
a lo lejos…
Mi cabeza es un talud profundo.
La inseguridad me aplasta:
¡mis nervios se derraman por los cauces
temblorosos de mis manos…!
Mi alma es un colibrí sin alas
que choca contra las paredes
insensibles de mi cuarto.
Mis pies se mueven en el suelo
como bailarines de claqué.
Mi indecisión planea sobre las
teclas de mi ordenador sin saber
dónde posarse…
(Me levanto y me voy a la terraza
para pensar y respirar un rato)
Miro el cielo azul.
Una paloma se atusa un ala.
Inspiro y me enciendo un cigarro.
Le doy cuatro caladas.
Lo apago, lo piso y aplasto…
Y después, vuelvo decidido para
escribir este poema que me suscita
un recuerdo inolvidable de mi querida
y añorada infancia:
El cielo es un palio azul que
se extiende sobre las mieses…
La brisa una caricia que
se enreda en mi cabello
y con sus soplos lo mece…
El camino un tobogán,
la nube blanca un velero,
y el trigal, un oropel
para decorar el suelo.
El horizonte es un río
que entre los montes serpea,
los olivos legionarios,
las lomas mantos de seda,
y el sol, un fanal enorme
que alumbra sobre la tierra.
A lo lejos se oye un tren,
una cigarra amarilla,
y el zumbar de un colibrí
sobre una rosa que brilla…
“Platero es pequeño,
peludo, suave, tan blando
por fuera, que se diría
todo de algodón…”
-Leo en mi libro de lecturas-
Mi alma vibra de emoción
y se eleva hasta los cielos…
-y mientras memorizo la
lección-, la tarde se duerme
sobre el agua transparente
de la “fuente del Pozuelo.”
------------------
Me levanto, lo leo despacito
y suspiro satisfecho. Ya no me
tiemblan las manos y siento un placer
inmenso: como el que me produce
cada sorbo de café, con su espuma
rubia y su azúcar negro.
Autor Francisco López Delgado.
Todos los derechos reservados