
Cómo quema la llama del desprecio
si al arder enajenada
consigue derretir los oropeles de papel
de tanta vanidad suicida.
Y cómo la letal indiferencia
empaña el color de los cristales,
que de tanto mirarse en sus reflejos,
olvidaron proteger su transparencia
con el violeta cendal de la humildad.
Tal vez por eso
es bueno cobijar el noble pensamiento
y la luz de la palabra
bajo el invisible arquitrabe del silencio,
que sólo sale a pasear cuando se cubre
de un tímido barniz humanizado.
*Andros